La cultura maya y el arte: Herencia viva en el corazón del artista yucateco

Nacer en Yucatán es crecer entre ruinas que no son ruinas, entre lenguas que no han muerto, entre símbolos que aún respiran. Para mí, la cultura maya no es sólo historia, es presente. Está en la forma en que se cocina, se habla, se nombra el mundo. Y, sobre todo, está en el arte.

Como artista, no he podido —ni querido— separar mi identidad de esta raíz profunda. No es solo que me inspire la geometría perfecta de Uxmal, o los colores vibrantes de los huipiles bordados por manos sabias. Es que cada vez que pinto, esculpo o escribo, siento que hay una voz ancestral que me acompaña.

La cosmovisión maya tiene algo que me conmueve profundamente: la idea de que todo está conectado. Que el maíz no es sólo alimento, sino origen. Que los cenotes no son sólo agua, sino portales. Que el jaguar no es sólo un animal, sino un guardián entre mundos. Esa forma de mirar el universo ha impregnado mi manera de crear. Porque cuando entiendes que tu obra no está separada del entorno, entonces el arte se vuelve más honesto, más humano.

He conocido artistas que reinterpretan glifos mayas en murales urbanos, que fusionan música tradicional con electrónica, que usan pigmentos naturales como lo hacían sus abuelos. Y en todos ellos hay un mismo anhelo: honrar lo que fuimos, sin dejar de ser lo que somos hoy. La cultura maya no es un museo; es una semilla que sigue germinando en cada obra que nace de esta tierra.

Claro, no todo es romanticismo. Hay dolor también. Porque esa cultura ha sido silenciada, explotada, olvidada por muchos. Y el arte, en ese contexto, se vuelve resistencia. Una forma de decir: “aquí estamos, seguimos hablando nuestra lengua, seguimos creando desde nuestro origen”.

Para mí, ser artista en Yucatán es una responsabilidad. No solo estética, sino ética. Cada pieza que creo busca dialogar con mi historia, con mi gente, con los espíritus del monte y los recuerdos de los abuelos. Y aunque a veces me cueste encontrar las palabras o los colores adecuados, sé que no estoy solo. Hay mil años de sabiduría empujando mi pincel.

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